Regalos para perder amigos

Algunos regalos parecen pensados específicamente para que quien los hace pierda la relación con el receptor. Dicho más llana y más claramente: para que se los tiren a la cara a quien los entrega. Claro que, cada cual conoce a la gente de su entorno y qué les puede gustar o no.

Pero yo no me imagino, ante estos, ejemplos, obsequios otra reacción que la de “¿Pero qué [taco] es esto?”. Y es que me pongo en situación: cumplo años, me dejo el sueldo de medio mes en comida y bebida… y me regalan una agenda cuyas tapas imitan a las piezas del Lego. No esperarán que me la lleve a la oficina, ¿verdad?

Eso sí: no es éste el peor de los ejemplos: al menos es relativamente estético, a la par que útil, aunque yo no pagaría los diez euros que cuesta, entiendo que haya frikis que pondrían veinte euros por tener la agenda.

Una taza insultante

Me parece más digno de agresión que te regalen una taza de desayuno en cuyo fondo, por la parte de fuera, esté impresa la fotografía frontal de un morro de cerdo. Que a quien se la estás regalando le estás diciendo algo, vaya, de modo no tienes derecho a enfadarte si  te contesta mal.

De diez centímetros de alto por ocho de diámetro, es apta para lava platos y para microondas. Eso sí, antes de usarla por primera vez debe lavarse bien; y antes de regalarla, debería pensarse mucho: ¿de verdad vale los 15 euros que cuesta? Y, ¿estamos tan deseosos de perder a ese amigo como para regalarle… “esto”?

Fiel a mis costumbres, dejo lo mejor para el final, sólo que no tengo muy claro qué es lo mejor de todas cuantas atrocidades y atentados contra el buen gusto me he encontrado hoy en mi habitual paseo por Internet a la caza de los mejores regalos.

Recordando los años mozos

Como dudo entre varios y hoy tengo el día tiernecito (a pesar de lo parezca, cuando estoy así, parezco un cruce de Pocoyó con la abeja Maya), acabo este escrito recordando mi infancia. Y, creo, la de muchos: cuando mamá o la abuela se empeñaban en comiéramos verdura.

¿Recuerdas? “Ahí viene el avióóóóón…” Y yo, tonto de mí, convertía mi boca en un hangar donde el condenado Boeing 747 descargaba a sus verdes pasajeros. Pues mira, ahora, al menos, el avión no hay que imaginárselo.

Se trata de un tenedor al que le han incorporado alas para que parezca un avión. Tal cual ¿El precio? 12,5 euros y que al niño se le atrofie en parte la imaginación. No es tan caro, ¿no?