¡Guau! ¡Vaya regalos de Helloween!

Vale, es Helloween. Y vale, el animalito es uno más de la familia, pero… ¿Era necesario? Es cierto que en algunas mascotas se ve el reflejo de su dueño. Es más, a algunas las tratamos como a seres humanos e incluso compartimos comida y, las noches que no hay suerte, habitación y confidencias con ellas… ¡Pero esto es excesivo, hombre!

La cierto es que en Helloween existe la costumbre de disfrazarse (no, no hemos cambiado de tema). Nada que objetar: cada cual hace el tonto como considera conveniente. Pero no hagamos partícipes de nuestra falta de sentido del ridículo a nuestras mascotas, por favor. Metámonos con quien se pueda defender.

El caso es que he echado un vistazo a los disfraces que amenazan a los perros en esta noche de Helloween. He visto uno que me ha puesto los pelos de punta, pero no de miedo, sino de lástima: básicamente son trozos de plástico unidos al pelaje del animal imitando un esqueleto canino y luego está la variante barata: pintar sobre el pelo negro un esqueleto blanco… “¡Guau!”, pensará el can, “estoy para comerme”.

Perro araña

Otro, que reconozco que me gusta aunque también entiendo que el animalito le retire el ladrido a quien lo deje de esa guisa, consiste en añadirle una patas de cartón negro dobladas muy por encima de su estatura a un carlino también negro, de modo que parezca una araña.

Si encontramos un par de cabezas de cartón parecidas a la de nuestro perro y le añadimos una a cada lado, obtendremos un magnífico cerbero que, si el animal es lo bastante grande, hasta asusta un poquito. Claro que, si es un perrito tobillero, va a parecer una lagartija tricéfala.

¿Qué les habrá hecho el pobre perro?

He visto, investigando sobre el tema, un caniche toy con un vestidito con el que sus amos dirán que está para comérselo, pero que el animal piensa, con toda seguridad, que, si en su próxima vida se reencarna en león se va a zampar a esos desaprensivos: la comida reseca y el agua el grifo que le dan no compensa verse vestido de bruja, con capirote y todo.

Claro que alcanzamos el delirio por el delirio cuando nos muestran a un westie vestido de Drácula y otro, a su lado, de calabaza. Ha sido verlos y pensar si algunos amos de verdad se merecen el privilegio convivir con un animal de tal nobleza y paciencia. A ver si le hacéis lo mismo a una cobra real. Valientes.

Los perros pueden defenderse o defender a algo o alguien, pero el instinto no les permite un sentimiento como el odio malayo o el rencor rinoceróntico laosiano. Si no, sería muy comprensible que se sintieran así.

Animalitos.