Flechas perdidas

Después de la fiebre de ayer, día en el que gracias a un angelito arquero que va por la vida en taparrabos las floristerías hicieron su agosto en febrero, he querido saber –soy así de entrometido- quién le ha regalado qué a quién.

De este modo, me he dirigido a la casa de mi hermana, que aún luce una figura envidiable, a pesar del embarazo. No he tenido que preguntar: sonrojada, casi cabizbaja, llevaba puesto su regalo de San Valentín: un mandil.

Eso sí, el creti… mi cuñado se rascó el bolsillo para comprarle uno diseñado por Agatha Ruiz de la Prada: un corazón rojo sobre fondo verde. Todavía me cuesta entender cómo puede una señora, a todas luces daltónica, vender tanto y tan caro. En fin: un regalo es, y lleva un corazón, de modo que lo tomaremos como un regalo de San Valentín.

Heráldica práctica

Lástima que mi hermana sea tan buena persona como para aceptar sólo parte de la sugerencia que le hice para reglarle a su (escalofríos me entran de escribir esta palabra) marido. Le ha dado un sello de oro con la “A” de su inicial escrita. Yo le había sugerido esa misma joya, pero con un escudo heráldico especialmente pensado para él: un gorrino rampante sobre un campo de cardos borriqueros coronado por unas orejas de burro.

Visto que no me acababan de gustar los regalos de esa parte de la familia, me he acercado por la casa de mis padres. Como este año celebran su vigésimo quinto San Valentín como pareja, se han regalado objetos de plata.

Adornos de plata, sentimientos de oro

Ella le ha regalado a él unos gemelos y un alfiler de corbata de tal metal; mientras que él se ha descolgado con un juego de pendientes, colgante y pulsera a juego. Muy bonito y muy adecuado, tanto por el aniversario como por la forma de ser, clásica, de ambos.

La última visita que he hecho hoy ha sido, con diferencia, la más productiva: me he acercado por la casa de unos amigos. Era ya media tarde cuando he llegado, para variar, con una hora de retraso. Por suerte, me conocen y me disculpan.

El verddero regalo

No he visto prendas de ropa más allá de las que ya conozco; tampoco joyas ni cualquier otro tipo de regalos típicos del 14 de febrero. Cuando la curiosidad movió mi lengua y les pregunté, me sonrieron:

– Hemos leído tus artículos sobre San Valentín y tienes razón: es una fiesta sin demasiado sentido, de modo que celebramos nuestro amor cada día, al despertarnos, con un beso y un gracias por estar ahí.

Me he ido a casa, cavilando: aún quedaban justos en Sodoma…