Tiempos de juguetes, tiempos de inocencia

De vez en cuando me gusta dejarme caer por el desván y echar un vistazo a mi infancia. Entonces, recuerdo que no siempre se han regalado pesepés, equisboxes o móviles bisnietos (mal juego de palabras y lamentable chiste que se traduce por móviles de cuarta generación o cuatro ge).

Me sumerjo, digo, en esa especie de polvoriento túnel del tiempo que otros llaman desván y aterrizo en épocas en los que era tan inocente que desconocía el significado de la palabra inocencia. Y, más que juguetes, lo que allí encuentro son paredes, muros que preservaban la candidez y que en cuanto decidí que era demasiado mayor para jugar con ellos, dejaron que el mundo penetrara en mi vida.

Paseo entre cumpleaños y Navidades; entre abuelos a los que recuerdo, sonriendo y a la vez dejando caer una lágrima de emoción; tíos cercanos y lejanos a los que ahora quiero más o a los que he dejado de querer hace mucho. Le doy la mano a papá, con la cara ennegrecida del rey Baltasar o a mamá, a la que en mi memoria le crece la barba de Melchor…

El mundo con los ojos de un niño

Paseo y acaricio estos juguetes que, aunque son los mismos, no son aquellos juguetes… En el Scalextric ya no corre Ayrton Sena subido a un coche con publicidad de tabaco en el chasis, sino dos autos a escala que, de vez en cuando, y si no suelto el acelerador, se salen dela pista y vuelcan (mira: eso no ha cambiado).

El delfín del juego de agua Geyper que les valió a mis padres que los cubriera de besos, ya no se llama Flipper y tiene una forma tan imperfecta que no tengo muy claro si es un delfín, un tiburón con mutaciones o un atún en un día de resaca.

El calendario de los regalos

Veo pasar ante mí el tiempo, en lugar de en calendarios o relojes, en regalos, desde aquellos que no recuerdo haber recibido (¿es posible que me gustara aquél sonajero?) hasta los que pasé años pidiendo, Navidad tras Navidad, como el glorioso e inolvidable Amiga 500… del que sólo recuerdo el momento en el que mis padres, tan ilusionados como yo, me lo entregaron, sin papel de regalo, puesto que yo sabía lo que era.

Tiempos de inocencia de los que no deberíamos habernos desprendido y a los que podemos regresar, al menos de corazón, de la mano de aquellos juguetes eternos e inolvidables que, quién sabe, tal vez no fuera mala idea compartir un día con tu propio hijo. Quién sabe…