Una fecha para el nene (y la nena)

Mayo es el mes de las primeras comuniones, un mes en el que una ingente cantidad de regalos cambian de manos. Es más, me atrevería a decir que sólo en época navideña se entregan más presentes que en la temporada de primeras comuniones.

Pero no sólo el chico que recibe el sacramento por primera vez es agasajado. Es costumbre (no sé si sólo española) que los invitados del banquete en honor al nene o a la nena se lleven un recordatorio. Recuerdo que en mi caso era una estampa con mi foto sosteniendo un cirio mientras miraba a lo alto con cara de arrobo y la leyenda “Recuerdo de mi primera comunión”. Espero que se hayan destruido todas.

Para bien o para mal, el recordatorio de esa fecha ha ido evolucionando. Del mismo modo que ahora, en lugar de la bici o del balón de reglamento, la estrella es la videoconsola, queda un tanto rancio regalar a los invitados una foto de la nena vestida de princesita o del nene disfrazado de almirante de la Royal Navy a punto de cantar “God save the queen”.

Renovémonos

Si echamos un vistazo por la Red, nos vamos a encontrar con una considerable cantidad de ideas, desde las más discretas y elegantes a otras que parecen dar a entender que no acabamos de creernos que el chico sea nuestro.

De entre el primer grupo, y por no mencionar la ingente cantidad de ideas que se ofrecen para los niños que compartan esta jornada con el protagonista, nos quedaremos con un obsequio para los mayores: el tapón de vino “Ángel”, un tapón para el vino con la figura de un ángel en la parte superior (efectivamente: el nombre no miente). Se vende en cajitas individuales, con su tarjeta personalizada, a un precio de poco más de dos euros.

Por lo que respecta a los recuerdos para invitados que hacen que el protagonista del acontecimiento, a sus ocho tiernos añitos, se plantee pedir legalmente la emancipación, son muchos los ejemplos, de modo que vamos a seleccionar uno, poco menos que al azar:

Un criadero de hormigas y de rencores paterno-filiales

Y me he topado con uno, en principio, para los demás peques que se han venido a la comunión del primo y que, después de comer, se dedican a demostrar hasta qué punto llegan a ser bestias y capaces de avergonzar a unos padres que, de no estar medio borrachos, les echarían una buena bronca.

Es un pincho de golosinas coronado por la imagen de un marinerito o de una princesita, a elegir. La duda viene cuando nos lo entregan: si nos lo comemos, parece poco elegante y si lo guardamos, se va a deformar. Plan B: lo sujetamos como si fuéramos la estatua de la libertad y luego, en el coche, camino de casa, se nos cae ese criadero de hormigas por la ventanilla. Uuuups.

En fin, para gustos, los colores. Y en este apartado tenemos a nuestra disposición todo un arcoíris.