Va a ser sonado

Sigo rumiando la venganza. Después de que mi cuñado me regalase un Jar-Jar Binks gigante –toda figura de tan repulsivo e irritante bichejo que supere el medio milímetro debería considerarse gigante-, sigo dándole vueltas a cómo devolverle el favor. Y, aunque debería poner la otra mejilla, no voy a hacerlo, no sea que me regale entonces un Jabba the Hutt. Que nos conocemos…

 

Y, he pensado que, ya que no consigo encontrar la forma de devolverle favor por favor, voy a adoptar una táctica de guerra que ya los romanos dominaban: en lugar de enfrentarme al enemigo, aliarme y apoyar a su rival.

Resulta que mi cuñado tiene un vecino con el que no acaba de llevarse muy bien. Por lo que parece, mi familiar político es un ultra del Villacoscorros C.F. y su vecino lo es del Real Cascameniscos. Dos rivales eternos. Cada vez que gana el uno y pierde el otro, las plantas del balcón pagan las consecuencias.

Soy malo y retorcido

Atentados ecológicos aparte, el vecino, Feliciano García es buena gente: no soporta a mi cuñado. Y lo voy a aprovechar sobornándolo con regalos  navideños que, a su vez, molesten al cretino que se nos ha colado en la familia.

Había pensado en una vuvuzela, esa maldita trompeta de plástico capaz de reventar tímpanos en un radio de cincuenta metros a la redonda y audible a través de las paredes de un búnker. Por diez eurillos, Feliciano podría celebrar los goles de su equipo de forma un tanto… sonora.

La venganza va a ser sonada

Pero me ha parecido, además de un tanto cutre, insuficiente. De este modo, se me ha ocurrido que es mejor regalarle un buen equipo de sonido, de forma que cuando marque su equipo pueda subir el volumen un poco por encima de lo soportable para el oído humano. Y me he puesto a buscar.

… Y los he visto. Bueno. Es sólo uno, pero no hace falta más: ciento dos kilos. Rango de respuesta de 40 a 20.000 hertzios. 28 elementos (altavoces) integrados. 125 vatios en fila india y marcado el paso…

Conéctese al iPod, regúlense los bajos a tope y el volumen al máximo. Destrócese la salud nerviosa de mi cuñado.

Voy a ver cómo está de viva mi cuenta bancaria, ya que el juguetito cuesta entre tres mil y cuatro mil quinientos euros. Pero, si es preciso, pido un préstamo. Feliciano se va a preguntar por qué lo quiero tanto de repente y por qué se ha vuelto tan generoso Papá Noel. Y mi cuñado va a recibir una sonora derrota.